“O sea, ¿pero de qué vive un artista, pues?”



Poco menos que una intrusa, me instalo en el estudio 3 del área de danza de la Licenciatura en Artes Escénicas, en la Universidad de Sonora. Me ha traído la curiosidad de ver cómo se forma un artista. Los alumnos del cuarto semestre que cursan Técnica de Danza Contemporánea están sobre la duela y yo en aquel espejo al otro lado del salón, anclada a una silla que me certifica como oyente. A pocos metros están los escenarios de formación de profesiones mejor posicionadas en el imaginario del éxito: los nutriólogos, los ingenieros, los mercadólogos. Y quizá en algún punto más lejano de esta ciudad-desierto alguien pregunta, como hace unas semanas una amiga a mí, “¿en qué trabaja un licenciado en artes?, O sea, ¿pero de qué vive un artista, pues?”

A mí que me lleva siempre la mente, me encanta ver a los chicos que son con el cuerpo. Con él exploran, con él operan y activan. La mente para producir imágenes que les ayuden a alcanzar las posturas deseadas. “No den por sentado que ya la tienen, aún no la tienen, tienen que buscarla”, les dice Abigail Núñez, la maestra, y los incita a conseguir movimientos naturales y verdaderos, a bajar de forma libre pero organizada, a entrar de forma fluida en el suelo, a lograr transiciones claras entre sus posturas y a que, al incorporarse, no parezca que están haciendo abdominales, sino que son calcomanías siendo despegadas, y es esta última imagen la que me hace cosquillas en la espalda.

Los chicos son equis humanas torciéndose y rotando sobre el suelo, yendo de un extremo al otro del salón, lentamente y concentrados, incrementando gradualmente la conciencia de cada parte del cuerpo, ubicando las mejores referencias, pues les ha explicado la maestra que la cadera caerá cada vez en posiciones distintas en función de dónde se haya proyectado la pierna. Parece que la danza es menos azar y más consciencia. Como en la vida, hay cosas para controlar y otras que caen por su propio peso, así como momentos para moverse o para estar en pausa, y algo que me ha gustado mucho de mi primer día como oyente ha sido la postura llamada “Descanso constructivo”.


Vuelvo dos días después y me quedo al receso después de clase. ¿Comer con los chicos de danza me da permiso de decir que somos amigos? (Si esto fuera una conversación de WhatsApp, aquí insertaría un emoticono que neutralice la cursilería de la pregunta anterior). Siguiendo con la lista de prejuicios, no debería sorprenderme que su lonche no consista solo de frutas y atún enlatado, sino de harinas y azúcares procesados, como tampoco el hecho de no hacer tanto ejercicio como ellos debería ser impedimento para comer del choco flan que un chico me ofrece. Así que, venga querido, dame una rebanada, por favor.

Estos chicos desafían creencias comunes sobre la relación vida-trabajo, como la de que lo que se hace por placer no debería generar una remuneración económica o que la formación profesional debe ser aburrida y agobiante, y otras que me hacen pensar en unas líneas de “Siete notas para las bellas artes” (1992), donde Luis Enrique García señala que el problema de la educación en México no está en priorizar la formación de ciudadanos capaces de manejarse en el mundo de la productividad, sino en considerar dicha finalidad como única y suficiente (p. 17).
Para algunos, su elección profesional implicó explicar a los padres el plan de estudios, convencerlos de que estudiar artes no era “ir a hacerse loco”, renunciar a la tradición familiar de dedicarse a la política y proteger sus aspiraciones profesionales de ser reducidas a un pasatiempo.
“Yo sé que si hago lo que me gusta tarde o temprano voy a encontrar trabajo y ahí está el punto”, refiere Fredy, uno de los estudiantes tras narrar cómo el escepticismo inicial de su familia decrece conforme él va demostrando sus destrezas en materia dancística.
Marco, su compañero, agrega “Está en nosotros crear esa conciencia, esos mitos desmentirlos, eso puede ser en cualquier carrera, si estudio Derecho y no me aplico no la voy a hacer. Hay mucha gente que estudia arte y no sabe aprovecharlo, pero eso es otra cosa, el mito nos lo creamos nosotros mismos”.
En mi tercer día como oyente de la asignatura Técnica de Danza Contemporánea, miro a los alumnos y concluyo que la danza es como la vida y todo en la vida es una danza (aquí iría, de ser éste un mensaje privado de Facebook, un emoticono de aplausos en tono sarcástico a mis intentos de frases profundas). La cosa es que a estos chicos se les conmina a que el control no se traduzca en tensión en su cuerpo y, también, a que la fluidez no implique descontrol. Ellos persisten en lograr la comunicación entre una y otras partes, en transferir de forma consciente el peso de uno a otro segmento del cuerpo.

El campo de desarrollo del artista escénico es muy amplio y una de las áreas de oportunidad es precisamente la gestión. Dice Abigail Núñez que

“Es un campo muy amplio, puede ser que haya gente aquí que nunca baile, que se dedique a la docencia, la dirección, la gestión. El conocimiento que tienen del cuerpo les permite poder desarrollarse […] incluso en educación somática para niños, rehabilitación de cuerpos, tienen herramientas y conocimientos para ello.

“Necesitamos gestores que conozcan de lo que estamos haciendo, uno de los principales problemas del desarrollo de las artes en México es que los gestores no tienen un contacto directo de lo que sucede en la práctica, entonces no hay manera de que comprendan las necesidades de la práctica entonces, que esté aquí gente que potencialmente va a gestionar a los artistas es también parte”.

Por otra parte, menciona el autoconocimiento del gremio artístico como una manera de cortar la persistencia de prejuicios en la sociedad:

“Creo que hay tantos prejuicios como poca información en nosotros, la falta de información y de respeto que tengamos nosotros mismos en lo que hacemos es lo que se proyecta hacia afuera, si hay gente que no entiende lo que hacemos es porque hay mucha gente que hace esto y tampoco lo entiende”.

Y en un intento por entender un poco más lo que es la danza les pido a los alumnos compartir las herramientas que llevan en la mente y esto me dicen: “Ancla-Trapeador-Músculos pesados-Llegar-Burbujas en mi columna-Alcanzar-Soplar-Aire- Imágenes de agua y aire-Articular-Trapo mojado-Columpio-Jabón líquido-Toalla exprimida- Aire en mis articulaciones-Colores-Mi cabeza es un globo-Bolsas con agua-Platanito-Pesas-Suavidad-Peso”.

Referencias

García, Luis Enrique (1992) Siete notas para las bellas artes. Hermosillo: Universidad de Sonora.

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